A Manuela Vico Márquez, en su memoria. (1915-2012)

 

 

En su honor, la Biblioteca de la aldea de Sabariego lleva su nombre.

 

 

Evocación de la pluma de su sobrina, la escritora Marisa Bermúdez Malagón

 

Manuela

Hace tres años, Manuela nos dejó, recién cumplidos los 97 años, el 10 de Marzo 2012… El día 22 de Enero 2015, hubiera cumplido 100 años.  Hoy, comparto por primera vez, este texto, que escribí sobre ella, mi chacha Manuela, con cierta emoción…Su  valioso testimonio sobre aquella  época  de la historia de España, que nos ocultaron en los libros de texto, al menos, en nuestra familia,  nos encargaremos  en que no caiga en el olvido, no sea que, como decía mi chacha, la historia se repita…

Manuela Vico Márquez (1915-2012)Manuela Vico Márquez (1915-2012)

 

 

He salido de Barcelona a las 4:00 am. Me dispongo a disfrutar de los días libres que el calendario laboral  permite para la celebración de la Semana Santa,  entre montes peinados de olivos hasta las cimas, en la provincia de mi nacimiento,  Jaén.

 

Después de  diez horas de ruta, pasada la ciudad de Alcaudete, a unos cinco kilómetros por  la carretera hacia  Granada,  el coche gira a la derecha  y empieza el ascenso al puerto de la Torre de la Harina, por  una comarcal angosta, trazada siguiendo las curvas de desnivel del cerro y de los meandros del río San Juan.  Mi aldea, Sabariego,  se ve pasados dos  kilómetros, al iniciar el descenso del puerto.  Como cada  primavera, visito a mis padres en  este terruño donde se retiraron al jubilarse. Cada primavera,  mi corazón se viste de jaramagos y de retama, de almendros y de cerezos en flor, de paredes de cal blanca,  resplandecientes bajo el sol que corona las lomas gemelas de las  Hermanicas.  Mis padres me reciben con sus besos y abrazos de bienvenida. Aparco  el coche cerca del porche, para facilitar la descarga del equipaje y pronto todo se ubica en la habitación que suelo ocupar.  Seguidamente, disfruto de  una  ducha  que alivia las horas de conducción. Mientras,  mamá dispone una mesa, donde los protagonistas son  los espárragos trigueros  y la matanza casera… Pronto aplaco mi ansia por los sabores atávicos… 

Bocado va y bocado viene, nos contamos, por encima, los meses de separación y, claro, la sobremesa se alarga hasta entrada la tarde. Una siesta breve y emprendo el peregrinaje de saludos a mis familiares. Es un ritual sempiterno  y para nada desagradable que consiste en ir a saludar, de casa en casa,  a mis tíos, primos y otros parientes. Es una maravillosa costumbre a la cual fui entrenada desde que residíamos en Francia… Cada verano,  viajábamos para gozar de los afectos sanguíneos y elegidos  que  la forzosa emigración nos arrebataron en los años sesenta.  Mi primera visita es siempre a la chacha Manuela,  la última  hermana viva del abuelo Juan, el padre de papá, que murió en 1936. En Andalucía, llamamos chacha a las hermanas de nuestros abuelos o abuelas. 

 

- ¡Dios Guarde a Ustedes!

- ¡Ya sabía que venías! Me ha llamado tu madre.

Manuela avanza fatigosa  con la ayuda de su cayado y  lo suelta para abrirme los brazos a mí, su sobrina nieta más querida, dice.

- “¡Ay, qué alegría! ¡Ay qué alegría más grande que haya vivido otro año más  para verte, sobrinica!”

- ¡Pero si pareces una mozuela, chacha! ¡Cada año estás más joven!

- ¡Anda chiquilla, anda! ¡Que ya voy a cumplir  94 años! Eso sí, mientras que la cabeza me funcione, tenéis todos chacha para rato.  Pero vamos; vamos para  adentro que tu prima Encarna nos ha preparado un refresco y unos pestiños de esos que a ti te gustan tanto.

- ¡Chacha! ¿Por qué os molestáis? Si salgo de  la mesa y ya sabes cómo es mi madre con la comida… ¡Voy a reventar!

- ¡Come hija, come! ¡Bastantes estrecheces  pasamos en los años del hambre! 

Nunca tengo alternativa. Finalizados los saludos a todos los primos y primas, nietos, nietas y bisnietos múltiples de Manuela,  debo atacar un pestiño cubierto de azúcar, mientras me bebo un refresco de café con sabor a canela y anís  que aquí llaman Aresol.

- Bueno, cuéntame cómo te van las cosas.

- Lo de siempre. La escuela, la casa, los niños... 

- ¡Eso ya lo sé, mujer! Tus padres me lo cuentan todo. ¡Lo que yo quiero saber es qué has escrito nuevo! ¿Me has traído algo para que lo lea? ¡Hay qué ver lo que me ha gustado tu novela! ¡La he leído cuatro veces y, sabes, me gusta cada vez más!

Y es que,  chacha Manuela es la responsable directa de mi profesión y de mi afición por  la  escritura…

 

Manuela nació en 1915, del matrimonio en segundas nupcias de mi bisabuela María Dolores Márquez y de Raimundo Vico. Ambos, viudos,  llevaron una retahíla de hijos de sus uniones anteriores.  Pronto  tuvieron dos más conjuntamente, ella e Indalecio.  Desde la muerte de sus progenitores, Manuela e Indalecio se  constituyeron en el nexo de unión de las dos ramas: Bermúdez Márquez y Vico Márquez. Hoy, aún sigue siendo ese nexo y la memoria viva de nuestra saga.

Mi familia paterna tomó parte muy activa en el bando Rojo,  antes y durante la guerra civil española. De ahí le venía a Manuela  el apodo de “la maestra” porque, con apenas 15 años, se comprometió en recorrer los cortijos de la comarca,  para enseñar a leer y a escribir a grandes y chicos.  Los niños y niños de entonces, no sólo por razones de  distancias sino también porque trabajaban desde muy temprana edad junto a sus padres, no podían atender a la escuela de la aldea. En ningún momento,  estaba diplomada para hacerlo,  mas consiguió de manera autodidacta y con voluntad, los conocimientos  primarios. Se enroló,  como voluntaria,  en aquella acción altruista de principios del siglo veinte que acabó tan mal… Creía en el sueño de una España igualitaria, instruida y no sexista… ¡Y  que todo eso  empezaba por la alfabetización de cuantos ciudadanos y ciudadanas lo precisaran!  Manuela fue la primera mujer de mi familia comprometida con los ideales de cuantos votaron por la segunda república aquel 14 de Abril de 1931, aún sin ella tener derecho a voto, a sus 16 años de entonces. 

 

- Tenía que llevar conmigo, además de las  cartillas y una pizarra vieja, un buen tranco, no te creas,  para cuando algún mozo (o no tan mozo) se quería sobrepasar conmigo; los hombres de aquel entonces eran muy brutos y en cuanto me veían aparecer sola por esos mundos, se creían con derecho de pernada, como los señores medievales.

 

Manuela gusta de contar sus recuerdos… Aquella época marcó toda su existencia y,  aún hoy, sus palabras emanan  ese dolor especial de los que fueron vencidos. Su afición en testimoniar, a través del relato oral  y mi entusiasmo de oyente, provocaron que pronto empezara a anotar sus historias, junto a mis reflexiones propias, en unos primeros diarios íntimos que le leía cada verano, cuando bajábamos desde Francia de vacaciones, para que me orientara y compartiera mis vivencias de emigrante y mujer incipiente. Pero su relato más impactante es, sin lugar a dudas, el que rememora una y otra vez y que yo escucho sin cansarme, con la boca abierta de admiración y de preguntas, siempre nuevas, siempre ocurrentes, con ese afán por saber más de una época  terrible que mi generación no vivió en carne propia. 

 

- Lo peor, no fue la guerra…  Lo peor vino nada más acabar, cuando empezó la dictadura de Franco… Fueron casi diez años de hambre, de miseria, de enfermedades, de atropellos… ¡Aquellos años,  en España,  fueron  peores que el Terror de la revolución francesa!  Tal vez no hubiera guillotina aquí,  pero las cunetas se llenaron  con los cuerpos de muchos inocentes, sólo por haber creído en unos ideales contrarios al régimen del Generalísimo… Bastaba una denuncia de cualquier vecino que codiciara tu burro o tu casa, para que una banda de mal nacidos falangistas te sacara de tu casa y te pegaran un tiro… Se inició la pesadilla  de esos 40 años donde perdimos todo derecho a expresar pensamientos,  a asociarnos, a soñar… ¡Pero volvamos al caso que  te quiero referir! 

Por razones que ahora no vienen al caso, me casé antes del comienzo de la guerra. En 1939, yo ya tenía a mi Encarna  y estaba embarazada de siete meses del segundo hijo. A mi marido, el tío Víctor,  que sobrevivió de milagro y  había regresado hacía unos meses del frente,  unos vecinos envidiosos lo delataron por ayudar a unos primos que se “echaron al monte”  en vez de rendirse al bando nacional.  La Guardia Civil se lo llevó una noche... En cuanto amaneció, dejé la niña a cargo de mi madre - que vivía con nosotros -  y me fui andando hasta Alcaudete,  porque me habían dicho que  habían llevado allí a los de la última  redada nocturna. ¡Imagínate, casi 15 kilómetros!  Cuando por fin di con el lugar  donde los encerraron (había tantos presos que tuvieron que habilitar  la escuela…), me atendió un cabo analfabeto que no sabía ni buscar el apellido de tu tío,  entre una lista ilegible escrita, supongo,  por otro analfabeto... Venciendo mi miedo y haciendo acopio del atrevimiento que me caracteriza, yo misma descifré su nombre, pero aquel mala sombra me vociferó que debía hablar primero con el capitán del puesto. ¡Ahí, sí que se hundió el mundo! Cuando se trataba de “chivateos de vecinos”,  si llegabas con algunos cuartos, pagabas una  multa  y, con suerte, volvías con tu preso… ¡Mas si te requerían para hablar con  los galones, es que había denuncia por traición, colaboración o algo peor! ¡Mira que he visto cosas en mi vida, pero aquellos dos días, no los olvido mientras viva! Allí estaba yo, espera que te espera, hasta que se presenta el susodicho, al cabo de tres horas y me hace pasar a un aula que facultaron como despacho  - o al menos lo pretendía -,  con una máquina de escribir negra y enorme y muchos papeles amontonados en la mesa que otrora fuera del maestro.  Me pregunta por los apellidos de tu tío y rebusca en aquella basura de papeles hasta dar con él. ¡Madre mía, qué mirada me dirigió aquel hombre! 

 

Manuela  para su relato un momento. Bebe un trago largo de refresco y continúa. 

 

- Resulta que lo acusaban de haber albergado,  en nuestra cuadra,  a dos “rebeldes rojos”  y haberles dado de comer. Y que, además, antes de casarme, yo, Manuela Vico Márquez,  era una brigadista “que difundía las ideas comunistas por los cortijos”... ¡Ya ves tú! Yo no sé de dónde salió el valor,  pero me enfrenté a la acusación con una oratoria que, si bien no evitó las consecuencias humillantes y ruinosas, no nos arrebató la vida, que era por lo que yo más temía…  Le expuse que “esos rojos eran unos desconocidos que se presentaron a media noche, escopeta en mano  y que no tuvimos más remedio que obedecerles porque de todas formas, se llevarían lo que quisieran por la fuerza”. La realidad era diferente. Eran primos hermanos de Víctor y los pobres andaban desmayados de hambre y medio muertos  por estos montes,  huyendo de los Vencedores. Les abrimos la cuadra donde durmieron un par de noches  y compartimos los `pocos víveres que teníamos… A la semana de su visita, supimos que los mataron en una emboscada,  como a conejos... ¡Y hubo tantos muertos, tantos presos! Le hice entender como pude que,  lo del apodo,  me lo pusieron ya de niña, porque jugaba a ser maestra; me reconocí culpable por ir a enseñar a leer y a escribir cuando era joven pero que,  desde que me casara, un año antes de la guerra de liberación  - creo que ahí me apunté un tanto, pero al mismo tiempo me odié por ello, por calificar de “liberación” algo que presentía nos encarcelaría 40 años -, yo no me había movido de mi casa ni de mis obligaciones de madre de familia…  El militar se levantó, sin decir ni mu y tardó en reaparecer por lo menos una hora más… Me quedé quieta y sola… Mi corazón se  iba a desbocar y el niño en la barriga se movía como si le hubiese llegado la hora de salir a la luz  aquel día tan negro… ”Mira lo que vamos a hacer – empezó el capitán de puesto sin apartar la mirada de mi barriga cuando reapareció. Lo de tu marido,  hay un remedio: ¡una multa de tres pesetas! Y tú, para  castigarte de tus malos tiempos, te vas a afeitar la cabeza al cero. Si mañana vienes con las dos cosas cumplidas, archivo el expediente y te llevas a tu hombre.”  ¡Madre mía, sobrina! ¿Dónde iba yo a encontrar tres pesetas, si no teníamos ni un real entre mi madre y yo?  Ya era noche cerrada cuando salía de Alcaudete, cabizbaja y abatida… En el camino de vuelta, empecé a considerar posibles soluciones   y pensé en los hermanos y hermanas que me quedaban vivos … La mayoría vivían  cerca de mí y pensé que, todo el dinero, ninguno lo tenía... pero a real por barba, seguro que podrían ayudarme.  A las tres de la mañana, despertaba a mi hermano Indalecio. Al cabo de dos horas, consiguió reunir una peseta y él mismo me acompañó a ver a otro hermano, Valeriano, en el cortijo de la Salina, y a otro, y a otra... ¡A las nueve de la mañana, entre los diferentes hermanos y familia, habíamos reunido las tres pesetas! De vuelta a mi casa, cogí la tijera y ordené a mi madre que me cortara la melena negra que me llegaba a la cintura. Luego, cogí la navaja barbera de Víctor, me enjaboné la cabeza y tu bisabuela acabó el trabajo de afeitado… Sin dormir, acompañada por mi hermano Indalecio, reemprendimos el camino de vuelta a Alcaudete.  Llegábamos pasado el mediodía y, nada más entrar en el pueblo, fui el punto de mira y de los insultos de cuanto bicho viviente nos cruzaba: “¡Roja! ¡Guarra! ¡Puta  Roja!”…  Ir con la cabeza afeitada era la humillación que imponían, en la época, a las  mujeres del bando de los perdedores por no estar casadas por la iglesia, por ejemplo, u otras excusas baratas… Y, aunque no era mi caso, ¡qué sabía nadie de las exigencias de aquel jefecillo de turno!  Mi hermano  apretaba mi mano con fuerza y seguimos andando sin derrumbarnos, a pesar del sofoco. ¡Los militares acuartelados se ensañaron conmigo todavía más y el Capitán de Puesto, ni decir! Todavía oigo,  en mis pesadillas,  sus carcajadas de mofa y veo sus ojos chispeantes de satisfacción… ¡Pero regresamos a la aldea sanos y salvos, sobrina! Y eso no era cualquier cosa: ¡habíamos salvado el pellejo! No todos tuvieron la misma suerte y aún les lloro,  cuando sus nombres asoman a mi corazón... 

 

Cada vez que acaba un relato de  vivencias pasadas,  Manuela guarda un silencio largo e inquebrantable. Como buena cuenta cuentos, deja  un tiempo a los oyentes, para que una  aureola incorpórea,  esculpida con  imágenes cabalgando en el tiempo,  penetre y se incruste en nuestra memoria  genética e individual. 

 

@Marisa Bermúdez Malagón, 2009

 

 

 

Si alguien desea dejar un pensamiento, a su manera, de un familiar querido y rescatar para el futuro su memoria, lo publicaré con cariño en esta página.

 

 

Mi correo: anif-larom@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

Revista SIERRA AHILLOS 12

 

Por Elena Torrejimeno moreno

Abril 2006

 

 

...Pasada la aldea de Sabariego, en una zona conocida como Los Cuartelillos, vive nuestra protagonista: Manuela Vico Márquez. Somos recibidos amablemente por su hija Encarnación Carrillo Vico, que vive en la casa de al lado. Manuela tiene muy buen aspecto, a pesar de haber estado ingresada recientemente y padecer insuficiencia respiratoria y cardiopatía. Con gran vitalidad responde y resume sus recuerdos: “-Vine al mundo el 22 de enero de 1915 en Priego de Córdoba. Mi madre vivía en las Angosturas, allí en una fábrica de tejidos que daba trabajo a la familia. Ella, que había nacido en San José de la Rábita, tenía seis hijos (cuatro hijas y dos varones) de su primer matrimonio; se casó con mi padre que tenía cinco hijos (tres hijas y dos varones). De la nueva unión nacieron tres: una niña que con dos años murió a consecuencia de las quemaduras con el agua caliente de las tenacillas para ondular el pelo, después un niño y luego yo. Con dos años me vine a vivir a Sabariego.

 

TP. ¿Fue usted a la escuela? MV. No, no fui nunca. (nos extraña, pues aparentemente se nota una mujer culta, con gran facilidad de palabra y al hablar lo hace con mucha propiedad). A mi hermano le pusieron un maestro particular, porque interesaba que supiera leer para ir a la mili. Tenía tantas ganas de aprender que me ponía detrás de mi hermano y me fi jaba en lo que hacía y cómo leía. En un mes aprendí la Primera Cartilla, la Segunda y el Catón. Después he leído mucho, me compraba siempre el periódico. Me hice socia del Círculo de Lectores.TP. Entonces ¿usted hubiera hecho una carrera, habría estudiado?, ¿qué le hubiera gustado ser? MV. Por supuesto, política. Me encanta. Me viene de mi madre. Yo soy socialista, puntualizo: Felipista. Felipe González me ha parecido siempre un gran político.TP. ¿Qué recuerda de su juventud? MV. He sido siempre alegre para trabajar y para divertirme. Vivía en el cortijo las Salinas. Guardaba pavos y trabajaba en el campo. Para las fiestas mi hermano y yo cantábamos a dúo las canciones de la Piquer: Ojos verdes, María de la O, Carcelera... acompañados de una guitarra, platillos y acordeón.TP. ¿Recuerda alguna canción? ¿Nos la cantaría? (Y nos canta un fragmento de María de la O, con mucha entonación)

 

TP. ¿Cuándo se casó? MV. Al comenzar la guerra, en 1936, me fui con mi marido, al estilo de entonces y él se fue al frente 23 meses, quedándome con mi madre y mi suegra.TP. ¿Cuántos hijos ha tenido? MV. He tenido siete, cinco varones y dos mujeres. Uno de ellos se murió con unos días. Y hoy (31-1-06) hace ocho meses que falleció uno con 52 años. Y eso no se supera, va contra la naturaleza. Ha sido un gran golpe, se me ha ido un pedacito de mi alma.TP. ¿Cuántos nietos tiene? ¿y biznietos? MV. Tengo doce nietos y quince biznietos, pronto dieciséis (nos enseña un álbum de fotos que recoge las imágenes del 90º cumpleaños de Manuela, día en el que toda la familia se reunió para homenajear a esta mujer a la que adoran y que consideran el motor de todos).

 

TP. ¿Ha trabajado mucho? MV. Desde luego, durante la guerra había un alcalde rojo en El Sabariego: Eleuterio Ávalos Moya. Hacían reparto de comestibles y yo iba a por comida. Ganaba jornales segando; por un día de trabajo, una cuartilla de trigo. Estuve toda la guerra ayudando a quien me necesitaba. Mis ideas son de izquierdas, pero yo he respetado siempre a todo el mundo. Lo mismo escribía cartas que ponía inyecciones e incluso curaba algunas heridas.

 

Al finalizar la guerra me ponen una denuncia porque había sido la secretaria del alcalde rojo. Me llamó el Cabo y me dijo: “Tiene tres caminos: la cárcel, que te pelen o pagar una multa de 20 pesetas”. Yo rápidamente pensé que a la cárcel no quería ir porque yo no había hecho nada, pelarme era señalarme y aunque no tenía ni una peseta, contesté: “-Mañana le traigo las 20 pesetas” (pensando recurrir a mis hermanos), y así fue, ellos me dieron el dinero. Incluso llegaron a llamarme “La Pasionaria”. Mi marido estuvo 6 meses en la cárcel de Jaén, después de la guerra. Pasamos miedo cuando “Costilla”, hermano de mi marido se escapó de la cárcel y la Guardia Civil lo buscaba. Cuando me preguntaban decía valientemente: “No lo he visto desde antes de la guerra”.

 

Durante ocho años di clase por los cortijos (no había escuelas por entonces), ganaba 10 pesetas al día y andaba 14 ó 16 kilómetros. Yo como el maestro Pilones, que no sabía leer y daba lecciones. Preparaba a los niños para hacer la Primera Comunión, para ingresar en la Guardia Civil, (Paradójicamente y eso que la guardia civil, desde la guerra siempre decía: “tenemos unas ganas de pillar a esta mujer en algo”) y yo preparando gente para que ingresara en el cuerpo. (La escuela del Carchelejo se abrió hace 48 años). Otra vez en la Plaza de Abastos de Alcaudete, me acerqué a una mujer para ofrecerle un garullo y me contestó que ella ya había comprado una pava. Al momento empezó a dar voces diciendo: “- ésta, ésta es la que me vendió la pava que se me ha muerto”. De allí directamente al Ayuntamiento y el jefe de los Municipales dijo: “-llevadla a la cárcel, una paliza y que la pelen”. Y yo contesté más alto que él: “- haga lo que quiera, pero yo no he vendido la pava”. Llegó mi cuñado Emilio y la cosa se aclaró y no pasó de ahí. Pero la tenían tomada conmigo.

 

Mis ideas liberales y demócratas, heredadas de mi madre, las he defendido siempre, pero en unos tiempos que me han costado la incomprensión y la acusación indebida de los demás. (Su nuera Virtudes que asiste a la entrevista interviene para declarar que: “Manuela es única, para mí como mi madre, la tienes siempre que la necesitas”. Y continúa: “Cuando a ella la hicieron rompieron el molde”.) Siempre he trabajado para darle de comer a mis hijos, iba por los cortijos a las matanzas. Estaba veinte días ayudando en cada casa, a cambio de una morcilla. Me daban las que se reventaban y mis hijos decían: “Todos los días comemos pizcos, estamos hartos”. TP. ¿Viven algunos de sus hermanos? MV. No, de todos mis hermanos, sólo quedo yo. Vivo aquí en los Cuartelillos desde el año 1963. Soy la Tía de Povedano el pintor, al que le llevo tres años.TP. Casi recuerda unas palabras que el pintor le ha dedicado recientemente: “A mi tía Manuela, (...) testigo de mis primeros garabatos (...) la sociedad, injusta, estará siempre en deuda con ella”.

 

TP. Nos despedimos de esta mujer menuda, de ojos pequeños y mirada aguda, deseándole que mejore su salud y siendo conscientes de que hemos conocido a una abanderada de su tiempo, fiel defensora de las ideas más demócratas en unos tiempos difíciles.

 

 

 

   Por Elena Torrejimeno Moreno

 

 

 

 

Comentarios: 2
  • #2

    Anif Larom (miércoles, 30 noviembre 2016 08:43)

    Gracias, Manolo, por entrar en la aldea y ojear nuestra historia.
    Manuela: mujer valiente y fiel a sus principios hasta la muerte, fue y sigue siendo un orgullo para nuestro pueblo; su sobrina-nieta, Marisa, lo borda en el relato que le ha dedicado.
    Es una satisfacción para todos nosotros que la biblioteca de Sabariego lleve su nombre; muchos niños de la aldea aprendieron a leer y a escribir de la mano de sus palabras.

    Me siento afortunada por tener voz y dejar huella de todas estas historias y muchas más en la crónica de Sabariego.

    Un fuerte abrazo

  • #1

    ManoloGarcía Torres (sábado, 26 noviembre 2016 19:46)

    Me gusta mogollón. Conozco la historia, esta y las otras,que son muchas y todas durísimas. Yo la propuse para que le dieran el homenaje en el ayuntamiento cuando yo era concejal y me enorgullezco por ello. En una ocasión le pedí el voto para mi partido, el pc, y me dijo con todo respeto , lo siento pero yo soy socialista y medio un abrazo. Megustaría leer tu tu obra que sospecho tiene queser buen a. Salud

Aldea de Sabariego
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